jueves, 22 de septiembre de 2011

El infierno turco o el romanticismo en las gradas

Cuando lo leí en la prensa, y la piel de mis brazos registró que mis bellos se habían puesto de punta, mi memoria se fue a los registros periodísticos de 1968 para recordar aquella ilustre idea de Raúl Álvarez Garín, aquel carismático líder del Movimiento Estudiantil en México, que en respuesta al escalofriante informe de gobierno del ex presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, en el que aseguraba que de ser necesario haría uso de las fuerzas armadas para apagar el ‘incendio’ que habían creado los estudiantes, decidió proponer al Consejo General de Huelga llevar a cabo una manifestación silenciosa por las calles de la Ciudad, un suceso que, años después, fue considerado como el mensaje más inteligente que los estudiantes podían dar a la sociedad para desmentir al gobierno, el cual quería desprestigiar el movimiento acusándolo de promover la violencia en las calles.

Esa manifestación, en la que no se escuchaba más sonido que los pasos de los asistentes, y el mutismo interpretaba no la razón en sí, sino al ser más profundo, el ser moral del hombre, como dice Gilberto Guevara en su libro La libertad nunca se olvida, y que contrastaba con la violencia que ejercía el gobierno a través del ejército contra los estudiantes, me recordó -guardando las proporciones- a las recientes medidas que adoptó la federación del futbol turco para apaciguar la violencia en las gradas de sus estadios.

Cabe acentuarse que la hinchada de aquél país es sumamente violenta. La pasión desmesurada que los turcos tienen por el futbol se conoce ya como “El infierno turco”. La adrenalina en las gradas les corroe como la brisa del mar a los metales en los puertos, dejándolos en un estado propenso a la desintegración. Pero regresando a lo nuestro, y tras describir a los aficionados que se convierten en carniceros con cuchillos afilados cuando entran al estadio, y a propósito de la violencia, vale la pena contar las medidas que recientemente tomó la federación de aquél país para llevar el río a su cauce natural.

En julio pasado, el mítico equipo de futbol turco Fenerbahçe, que recientemente se había proclamado campeón de liga, había sido acusado de amañar 18 partidos para hacerse del título. Alrededor de 30 directivos, incluidos jugadores y cuerpo técnico, eran detenidos y la fiscalía pedía la encarcelación de su presidente.

Días después, el Fenerbahçe jugaba un amistoso en su estadio. La humillación e irritación por los recientes acontecimientos se manifestaba en los seguidores del mítico e histórico club allí presentes. De pronto, la combustión de emociones se hizo palpable y desembocó en una lamentable trifulca en el graderío, siendo la prensa y los fanáticos rivales los más afectados.

La federación decidió dar un castigo ejemplar al equipo y decidió negar la entrada a los hinchas radicales del club. Pero poco antes del partido del martes pasado decidieron cambiar la resolución por una medida más original, inteligente e incluso ejemplar que desnudaría a los pseudoaficionados que tienen secuestrado el balompié mundial.

El Fenerbahçe jugaría los dos próximos partidos ante público exclusivamente femenino y sin fines lucrativos. Asistieron 42 mil personas, incluidas las madres y hermanas de los jugadores, y mujeres y niños menores de 12 años. En un solo golpe de efecto, la federación turca había logrado marginar la violencia y demostrar que las mujeres también tienen tatuados los colores de su equipo pero lo demuestran con racionalidad. Vestidas de azul y amarillo, las gradas se hacía eco de sus palabras: “Este es el Fener y nosotras sus fans”. Sólo les faltaba lanzar flores al campo, llenarlo de romanticismo, regarlo con lágrimas de alegría, dotarlo de felicidad. De ahí, que mi memoria quisiera refugiarse en los archivos que tienen registro de la manifestación silenciosa de aquél año de 1968. El partido concluyó con empate a uno frente al Manisapor.

Foto: www.diarioregistrado.com

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